domingo, 4 de abril de 2010

EL BAREMO DE LA FELICIDAD

Leía hace pocos días un artículo en el que Almudena Grandes decía que el baremo de la felicidad variaba considerablemente de unas personas a otras. A pesar de que no es una idea novedosa, me dio por pensar en ello, por pensar en cuál era mi baremo de la felicidad, en cómo este ha ido haciéndose cada vez más claro, más nítido en mi vida... más sencillo. Más mediocre, tal vez, pero en el mejor sentido de la palabra... Me conformo con poco... Una manta cálida, un sofá, un buen libro, un poema, una película, un interlocutor inteligente. Una risa subversiva. Un recuerdo. Unos ojos nuevos que se sorprendan. Pasear tu espalda. Con eso... ¿qué importa lo demás?
Asisto admirada a los otros baremos, a los de la tiranía que imponen el cuerpo y la imagen, a los de los cuerpos comestibles, a los de las necesidades-innecesarias que nos vamos creando y la ansiedad al no poseer, a la estupidez generalizada que mi propia estupidez no asume. Y veo cómo se agrandan, se generalizan, cómo se comen el tiempo y el silencio. Y ya todo es ruido, más ruido, más tiempo ocupado, más acción, menos quietud. Y vuelvo a pensar en el libro, las palabras, el sofá, un roce, una caricia al paso. Y me pregunto qué es lo que estamos haciendo tan mal.

"¿Recuerdas lo que queda de la vida?

¿Conoces este ritmo que es un barrio acechando,
brillante puñalada en forma de cadera
que mueve un viento seco y te mira en la esquina
con un vaso en la mano y un temblor en la boca?"

Javier Egea

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