No
te preocupes, de verdad, todo está casi listo. Lo que se ha roto es poca cosa:
algún elemento de adorno sin mucho valor, pero al que le tenía cariño; algunos
cristales de las ventanas que dejé abiertas y no resistieron las embestidas del
viento; los marcos de las puertas que me empeñé en no cerrar pese a tu
avisos... es que ya sabes, siempre necesito que a mi casa entren la luz, el
aire de la calle, los olores del día, y que salgan, también, hacia fuera, malos
olores, sensaciones raras. Contraventanas ya sabes que no tengo, así que no hay
problema, y el doble acristalamiento, como le he oído decir hace poco a un
amigo mío, solo sirve para ensimismarnos y para que el futuro nos mate de
miedo. Y yo a eso no estoy dispuesta pese a los riesgos; estoy segura de que
los corazones protegidos acabarán convertidos en piedra, igual que las casas
cerradas acaban por oler mal y deteriorarse.
Alguna
planta también se ha caído, tengo algunas flores que se han secado de tristeza
de pronto, así, de la noche a la mañana, tal y como te ocurrió a ti. Qué cosas
más raras, tú y las flores, hermosas ambas, y cambiantes; un día florecen y dan
alegría y vida pero son frágiles y oscuras, secas de repente.
Nada
grave, como ves; así que descuida, que lo importante no ha sufrido daños. Los
tabiques siguen intactos, en su sitio, inamovibles, siguen siendo fuertes pese
a los sucesivos terremotos o
huracanes que han asolado mi casa... es que son ya muchos años, muchas
mudanzas, maletas, inquilinos… este ha sido otro más. Me he vuelto a acordar de
los antiguos, porque algunas de
las grietas de otros tiempos, ya reparadas, se han abierto de nuevo; otras, ni
siquiera eso, nada que no arregle un poco de pintura, un desconchón por allí,
una humedad por allá. Las baldosas del suelo han quedado con algo de polvo, pero
barriendo con interés volverán a su estado original; incluso se han caído de
las estanterías objetos que tenía más que olvidados y han cobrado vida, así que
tendré que recogerlos del suelo y buscarles un espacio más propicio. Fíjate qué
cosas… tengo trabajo por hacer estos días. Lo que me va a resultar más difícil
va a ser acabar con la mancha que se me ha quedado al fondo del pasillo, no sé
qué hacer con ella, se han mezclado las sustancias de la incomprensión, la
sorpresa y la decepción (sobre todo esta última), y juntas forman ese líquido
espeso y viscoso que no puedo desprender del suelo; pero bueno, quizá me
acostumbre a vivir con ella, al fin y al cabo no ocupa demasiado espacio y esa
parte de la casa la transito poco... intentaré acudir menos allí a partir de
ahora. Quizá se seque sola y un día ni siquiera la perciba.
No
obstante, y como no hay mal que por bien no venga, en estos días de
reordenación y cambio he encontrado cosas con las que no contaba: sensaciones
que tenía perdidas y de las que me había olvidado, tan atrás en el armario
estaban; la alegría de tener la certeza de sentir y de estar viva, del chapuzón
en la piscina helada de la vida; relatos y relatos, libros mágicos que han
vuelto para tentarme con sus páginas, y unas ganas tremendas de escribir y
contar, de convertirte en cuento y seguir inventándote... total, claro está que
ya había empezado a hacerlo. Tengo para estrenar cajas llenas de recuerdos con
los que contaré a partir de ahora: fotos, imágenes, paisajes vividos, sueños,
alegrías, planes que jamás haremos pero que organizaste. Olores como recién
hechos, risas, buenas conversaciones de las que no pienso desprenderme, alguna
mentira piadosa dentro de la que me encuentro cómoda y a la que no le voy a
quitar la máscara ni a llevar la contraria. No me desprenderé del cariño que se
horneaba en mi cocina, ni de las ganas de seguir cocinándolo para darlo a comer
a quien me parezca digno de compartirlo. No tengo remedio, no, no aprendo a
pesar de los años… nunca me gustó desperdiciar, ni siquiera los sentimientos,
aunque no me fuera devuelto todo en la misma medida. Qué cosas, con la comida
me pasa lo mismo, tengo que llenar la mesa en exceso cuando invito a mis amigos
a comer a casa.
Lo
mejor de esta casa desordenada en que me hallo es que también en los armarios
había personas que llevaban años en silencio, y volvieron para probar mis
platos. Otros, aunque haya sido solo en un fin de semana, llegaron de pronto y fueron
risas y alegría.
Manos
a la obra, entonces, y a reordenar la casa. Esto, en un rato, está hecho. Le
pondré empeño, cómo no, como siempre… al fin y al cabo es la única casa que
tengo y llevo años cuidándola con esmero. Este huracán, desde luego, no va a
pasar más por aquí, así que lo despediremos como es debido. Seguiré abriendo
puertas y ventanas, de par en par, para que entren por donde quieran la luz
del día y el futuro. Y los próximos huracanes, también serán bienvenidos. Tal vez alguno sea
suave. Seguro que entonces vendrá para quedarse.