Y a qué viene tanta crítica... de qué nos vamos a escandalizar. Todo eso fue lo que pensé cuando acabé el libro.
Me acerqué a Las edades de Lulú con cierto reparo, porque sin saber muy bien por qué, esta novela me creaba cierto rechazo desde hacía tiempo. No sé si porque empecé a ver su versión cinematográfica, o por la mala crítica que mucha gente le ha dado, llevando el libro, incluso, al terreno de la degeneración. De lo antinatural. De la perversión más absoluta.
Este post se llama Lulú y yo porque también habla de mí. Porque leer el libro no me ha parecido desagradable ni he sentido indignación como mujer ante los comportamientos de la protagonista; y en primer lugar, porque entiendo que un personaje no retrata a uno de los dos sexos en su totalidad. Es un personaje como tal, pero no creo que pretenda convertirse en un universal femenino.
¿Queremos ser Lulú? ¿Seguiremos escandalizándonos? ¿Nos escandalizaríamos de la misma manera si el personaje fuera masculino? ¿Si la escritora fuera un escritor?
Lulú ama, sobre todo ama, de una forma que ni siquiera ella puede suavizar o controlar y que sabe que la lleva a un terreno poco estable. Pero el amor no se elige, se piensa, o se racionaliza, al menos no cierto tipo de amor. El amor no es cobarde ni entiende de años en blanco. Y amar también es sufrir y ceder, y claudicar y sentir ciertas servidumbres que no traspasan una línea. Porque no todo se piensa. Es querer complacer y ser complacida sin tener que caer por ello en la sumisión más absoluta. Porque eso parece que siempre se olvida... Lulú es complaciente, pero también, muchas veces, la mayor parte de ellas, es complacida.
A quién vamos a engañar...